Nada de curioso es que las potencias occidentales suelan utilizar el miedo como instrumento para justificar sus guerras, una herramienta de fácil uso que apela con desfachatez a las emociones humanas más primarias para nublar el análisis. Ya lo vimos con Irak, donde, a partir de la afirmación de la existencia de armas de destrucción masiva y el peligro del terrorismo internacional para toda la comunidad internacional se procedió a la invasión ilegal del país. Esta hipótesis, a poco andar, fue destruida por los hechos y a partir de eso, los ocupantes no se preocuparon más por elaborar justificaciones. Ya había sido derrocado un gobierno que consideraban molesto, hicieron grandes negocios y destruyeron el país.
El caso de Irán guarda ciertas semejanzas. La recurrencia al terror como estrategia es, nuevamente, la encargada de hacer la incisión en las conciencias y a partir de esto, introducir fácilmente el discurso de la “necesidad” de una guerra neocolonial. Esta vez, con la excusa de una posible guerra nuclear.
Se habla sin discriminación, en los espacios políticos y en la prensa de la “amenaza nuclear iraní”. Para empezar, esa “amenaza” -concepto de difícil sujeción- no ha sido corroborada por ninguna instancia internacional, ya que, hasta el momento y según fuentes especializadas, Irán no posee la capacidad de construir armas nucleares. Entonces, lo que, efectivamente se busca evitar es la obtención de ese tipo de capacidades. Y la hipótesis de la búsqueda de esos instrumentos por parte de Irán no puede ser afirmada con certeza por ninguna organización oficial. Por su parte, Irán ha declarado innumerables veces que sus planes de desarrollo nuclear son con exclusivos fines civiles, lo que se traduce en “pacíficos”. En suma, no se está ante una amenaza nuclear, sino, estrictamente, ante la posibilidad de que un Estado específico construya los instrumentos para, posiblemente, desarrollar armas nucleares. Cuesta un poco ver la diferencia, pero en el fondo, es un detalle fundamental.
EEUU, la UE e Israel han presentado esta dramática puesta en escena solo por la posibilidad de que, en algún momento, Irán pueda tener las herramientas para construir armas nucleares. Al menos, es un elemento que considerar al analizar el contexto general.
Por otro lado, ¿es posible que sigamos considerando que es legítimo que se exija no nuclearización a algunos países mientras otros puedan estar libremente, no ya capacidad de construcción de armas, sino en posesión de armas nucleares propiamente dichas?
Según el Tratado de No Proliferación de Arnas Nucleares de 1968, existen países que no pueden tener armas nucleares, -la casi totalidad del mundo-, y otros que sí.
Evidentemente, los únicos que pueden tener este tipo de armas son las potencias. EEUU, Francia, Inglaterra, Rusia y China. Coincidentemente, son los triunfadores de la IIGM y, por consiguiente, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, poseedores del poder de veto y quienes deciden, arbitrariamente, que es o que no es una amenaza para la paz y seguridad internacional. ¿Respeta esto el principio de igualdad soberana de los miembros de la Organización de Naciones Unidas establecidos en el artículo n° 2 párrafo 1 de su Carta fundacional?
¿Por qué deberíamos considerar con mayor fuerza los argumentos de EEUU, Israel y la UE? ¿Por qué, precisamente, EEUU, que no ha ratificado el Tratado de Prohibición Total de Ensayos Nucleares e Israel que no ha firmado este ni el Tratado de No Proliferación Nuclear, hacen exigencias a un tercer país cuando no han cumplido ni piensan cumplir los mínimos acuerdos internacionales al respecto? Preguntas al extremo ingenuas al tiempo que caústicas. Prepotencia absoluta.
Como antecedente adicional, y situación más absurda aún, es que es precisamente Israel, el principal promotor de la invasión, el país que cuenta con más de 200 cabezas nucleares activas (la mayor capacidad después de los miembros permanentes del CS) no declaradas. Esta información ha sido difundida, incluso, por el expresidente de EEUU Jimmy Carter.
Volviendo a la contingencia, debemos señalar que ha habido declaraciones de especialistas norteamericanos e israelíes, entre otros, que advierten las dificultades de un ataque exitoso a Irán por parte de Israel, con o sin Estados Unidos. En primer lugar, las distancias, las armas existentes y las dificultades que conseguir las ubicaciones precisas de los objetivos no permitirían un bombardeo definitivo y, en el mejor de los casos, el resultado sería el retraso de unos meses de los supuestos planes nucleares, pero no la destrucción de las instalaciones. A esto debemos agregar que las rutas de vuelo implicarían la autorización de uso de espacio aéreo por parte de Jordania, Arabia Saudita, Turquía o Irak, lo que no necesariamente es un asunto de fácil resolución.
Considerando las debilidades militares de Israel -en relación a esta específica coyuntura-, se puede dar credibilidad a la hipótesis de que, a partir de bombardeos que seguramente no lograrían mucho, la apuesta del atacante sea producir una desestabilización interna capaz de hacer que caiga el gobierno de los ayatolas. Cuestión que, por lo demás, está explícitamente prohibida por la Carta de la Organización de Naciones Unidas.
¿Y para qué intenta el enclave occidental en Medio Oriente acabar con el régimen islámico?
Desde mi perspectiva, la respuesta es compleja y más aún, incierta. Esto porque además de la necesidad de control de la ruta del petróleo, cuestión obvia, existe bastante evidencia para establecer que existe un asenso de Irán como potencia regional. Tanto a nivel de liderazgo político como económico. De alguna manera hay que tratar de insertar el tema de Irán (y el de Siria, el mas “fiel” aliado de Irán hasta el momento) en el mapa político regional. Basta ver cómo las intervenciones de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán e Irak han sido un fracaso, haciendo imposible la instalación de gobiernos con la estabilidad suficiente como para controlar a sus pueblos y someterlos a los dictámenes políticos extranjeros; como las relaciones con Pakistán están cada día más tensas y cómo la influencia de las potencias china y rusa articulan un escenario complejo para “occidente”, donde, cada vez más, los procesos decisionales son asumidos con cierto margen de autonomía internacional.Más que el tema del petróleo, tema de controversias por excelencia hoy, lo que está en juego es la hegemonía total de una cultura, de unos modelos políticos específicos, de un modo de hacer economía de los Estados que, al menos durante el siglo XX han disfrutado de la posición poder absoluta.
Definitivamente, los argumentos que los Estados con poder esgrimen para atacar a Irán son un absurdo. Si la preocupación por las amenazas a para la paz y seguridad internacionales fuera tal, el primer cuestionado sería Israel, país que, en los últimos 50 años, invadió Líbano, en 1978, 1982 y 2006; bombardeó Siria en 2007 y mantiene invadida a Palestina desde 1967, llevando a cabo ofensivas militares que han dejado miles de muertos en 1967, 1987, 2000, 2008 y 2009 además de las víctimas permanentes de la ocupación, entre otros tantos asuntos militares.
Así, ¿es posible pensar que algún país u organización internacional tenga la osadía de poner un ultimátum al “matonaje” regional de Israel? ¿Es posible vislumbrar al Consejo de Seguridad exigiendo a EEUU, Rusia o Israel un desarme inmediato para garantizar la paz mundial?
Y si aún bajo este argumento descabellado (que parte de la premisa de que somos, el resto del mundo, totalmente estúpidos), se realiza un ataque que difícilmente podría cumplir su objetivo, ¿a qué intento de síntesis podríamos llegar? Hegemonía…
¿Y hegemonía para qué?
Cristina Oyarzo Varela / Profesora de Historia y Geografía, Diplomada en Cultura Árabe e Islam, Magíster © en Estudios Internacionales en la Universidad de Chile
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