lunes, 28 de diciembre de 2015

¿Tiene "Israel" derecho a existir?

El 4 de agosto del 2014, en plena masacre de palestinos, la analista política Sharmine Narwani publicó en Le Gran Soir un artículo que más allá de la recurrente masacre en Gaza resume el motor histórico de esta injusticia sin fin: un estado colonial y racista que no debería existir. Esta perspectiva rompe con los paradigmas mediáticos vigentes según los cuales es posible criticar los crímenes de Israel si no se cuestiona su legitimidad como país normal en el concierto internacional. A veces, ciertos textos actúan como parteaguas. Rompen con la carga de terror que impide llamar a las cosas por su nombre. Este es un buen ejemplo
de ello. La traducciónes cortesía de Boltxe Kolektiboa aunque se añadieron correcciones propias.
Perdón pero Israel no tiene ningún derecho a existir / Sharmine Narwani
La expresión «derecho a existir» entró en mi conciencia en los años 1990, así como el concepto de una solución de los dos Estados entró en el vocabulario colectivo. En cada debate en la universidad, cuando un sionista se quedaba sin argumentos invocaban estas tres palabras mágicas para interrumpir la conversación con un indignado «¿estáis diciendo que Israel no tiene derecho a existir?».
Está claro, no puedes cuestionar el derecho de Israel a existir -sería como negar el derecho fundamental de los judíos a tener… derechos, y toda la culpabilidad del Holocausto será lanzada contra ti.
Salvo que yo no tengo nada que ver con el Holocausto -y los palestinos tampoco. El programa europeo de metódica limpieza étnica contra su población judía fue empleado, de manera totalmente cínica y oportunista, para justificar la limpieza étnica de la nación árabe palestina, asunto que me deja del todo indiferente. Ya estoy demasiado cansada de levantar los ojos al cielo cada vez que oigo en la misma frase las palabras Holocausto e Israel.

Lo que me trastorna en esta era posterior a la «solución de dos Estados», es la audacia misma de la existencia de Israel.
Qué idea tan fantástica, esta noción que un grupo de extranjeros de otro continente pueda apropiarse de una nación existente y habitada y convencer a la «comunidad internacional» que esto es justamente lo que debía hacerse. Podría reírme de tanto descaro si no fuera algo tan grave.
Más grave es la limpieza étnica masiva de la población palestina indígena llevada a cabo por los judíos perseguidos, apenas repuestos de su propia experiencia de limpieza étnica.
Pero lo más terrible es la manipulación psicológica de las masas al creer que los palestinos son peligrosos «terroristas» determinados a «echar a los judíos al mar». Yo trabajo con las palabras y el uso del lenguaje en la creación de percepciones me intriga. Esta práctica -muchas veces llamada «diplomacia pública»- se ha convertido en herramienta indispensable en el mundo de la geopolítica. Las palabras, al fin y al cabo, son bloques de construcción de nuestra psicología.
Tomemos, por ejemplo, la manera en la que hemos llegado a percibir el «litigio» palestino-israelí y todas las resoluciones de este conflicto que continúa. Voy a utilizar ideas ya expresadas en otros artículos.
Estados Unidos e Israel han determinado el discurso mundial sobre esta cuestión, definiendo sus estrictos parámetros que limitan cada vez más el contenido y la orientación del debate. Hasta hace poco, cualquier discusión fuera de estos parámetros, era considerada como irreal, improductiva e incluso subversiva.
La participación en el debate está reservada a los que suscriben estos grandes principios: aceptación de Israel, su hegemonía regional y su superioridad militar; aceptación de la lógica dudosa sobre la que se funda la reivindicación de Palestina por el Estado judío; y aceptación de quienes son los interlocutores, movimientos y gobiernos aceptables o no en cualquier solución al conflicto.
Palabras como paloma, halcón, militante, extremista, moderado, terrorista, islamo-fascista, negacionista, amenaza existencial, mulá loco, determinan la participación en la solución y son capaces de excluir otras instantáneamente.
Seguidamente, está el lenguaje que preserva «el derecho de Israel a existir» sin hacer ninguna pregunta: todos lo que invocan al Holocausto, el antisemitismo y los mitos sobre los derechos históricos de los judíos a la tierra legada por el Todo-Poderoso –como si Dios fuera un agente inmobiliario. Este lenguaje no intenta solamente impedir cualquier tipo de contestación a la conexión judía con Palestina, sino que además busca sobre todo castigar y marginar a los que atacan la legitimidad de esta experiencia colonial moderna.
Pero este pensamiento colectivo no llega a nada, no hace más que ocultar, distraer, desviar, esquivar y disminuir y no nos encontramos más cerca de una solución satisfactoria… porque la premisa es falsa.
No hay ninguna solución a este problema. Es el tipo de crisis en la cual constatas el fracaso, ves los errores y los corriges. El problema es Israel. Es la última experiencia colonial de los tiempos modernos, una experiencia llevada a cabo en el mismo momento en que tales proyectos se hundían en todo el mundo.
No hay «conflicto palestino-israelí» pues esto daría a entender que hay cierta igualdad en el poder, el sufrimiento y los elementos concretos a negociar. Pero no existe la más mínima simetría en esta ecuación. Israel es el ocupante y el opresor. Los palestinos son los ocupados y los oprimidos.
¿Qué debe negociarse? Israel tiene todas las cartas en su mano. Pueden devolver tierra, bienes, derechos, pero incluso esto es un absurdo -pues ¿qué se hace con lo que queda? ¿Por qué no devolver todas las tierras, todos los bienes y todos los derechos? ¿Por qué tendrían ellos el derecho de conservar nada? ¿Es la apropiación de tierra y bienes antes de 1948 fundamentalmente diferente de la apropiación de tierra y bienes después de la arbitraria fecha de 1967?
¿Cuál es la diferencia entre los colonialistas de antes de 1948 y los que colonizaron y se instalaron en tierras palestinas después de 1967?
Permitan que me corrija: los palestinos tienen una carta en sus manos que hace salivar a Israel -su gran reivindicación en la mesa de negociación que parece contener todas las otras. Israel aspira al reconocimiento de su «derecho a existir».
Pero Israel existe ya, ¿no?
En realidad, lo que Israel teme más que nada es su «deslegitimación». Detrás de las apariencias, existe un Estado construido sobre mitos y narraciones, protegido únicamente por un gigante militar, con miles de millones de dólares de ayuda de Estados Unidos y con el veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. No hay nada más entre este Estado y su desmantelamiento. Sin estas tres cosas, los israelíes no vivirían en una entidad que se ha convertido en «el lugar más peligroso del mundo para los judíos».
Retiren el discurso y el barniz de la propaganda y se darán cuenta rápidamente que Israel no tiene ni las bases de un Estado normal. Después de 64 años no tiene fronteras. Después de seis decenios, no ha estado nunca tan aislado. Después de medio siglo, necesita un ejército gigantesco simplemente para impedir que los palestinos entren a pie a sus casas.
Israel es una experiencia fracasada. Está conectado a una máquina que mantiene sus constantes vitales. Si se desenchufan estos tres tubos del cadáver, sobreviviría únicamente en la mente de algunos extranjeros que se han equivocado gravemente pensando que se lograría el gran robo del siglo.
Lo más importante que podemos hacer frente a la óptica de un solo Estado esdesembarazarnos rápidamente del viejo lenguaje. De todas maneras, nada era verdad -no era más que el lenguaje empleado en un «juego» particular.
Desarrollemos un nuevo vocabulario de posibilidades. El nuevo Estado será el nacimiento de una gran reconciliación de la humanidad: musulmanes, cristianos y judíos vivirán juntos en Palestina como lo hicieron anteriormente.
Los detractores pueden irse lejos. Nuestra paciencia disminuye como la tela de las tiendas de campaña en los campos del purgatorio donde viven los palestinos desde hace tres generaciones.
Estos refugiados explotados por todo el mundo tienen derecho a bellos pisos -como esos que tienen alberca en la planta baja y un pequeño jardín de palmeras en la entrada. Porque la indemnización que se les debe por este fracasado experimento occidental será siempre insuficiente.
Y no, nadie odia a los judíos. Este es el argumento de última instancia que les queda y con el cual nos ensordecen -es el último cortafuego para proteger este Frankenstein israelí. No me interesa para nada escribir las habituales frases para probar que no odio a los judíos. Es imposible de comprobar y francamente el argumento no es más que una coartada. Si los judíos que no han vivido el Holocausto sienten todavía el dolor, que se arreglen con los alemanes. Que les exijan una parte importante de tierras en Alemania -y que tengan suerte.
En cuanto a los antisemitas que se les hace la boca agua en cuanto ven un artículo que ataca Israel, que se vayan a tomar viento, ustedes son parte del problema.
Los israelíes que no querrán compartir Palestina como ciudadanos iguales con la población palestina indígena, aquellos que no querrán renunciar a lo que tuvo que renunciar la población palestina hace 64 años, que tomen su segundo pasaporte y se vuelvan a sus casas. Los que se queden lo mejor que pueden hacer es adoptar una actitud positiva. Los palestinos han mostrado su capacidad a perdonar. El nivel de la carnicería que han sufrido de la parte de sus opresores -sin respuesta comparable- demuestra un aguante y una fe remarcables.
Será menos la muerte de un Estado judío que la desaparición de los últimos vestigios del colonialismo moderno. Será solamente un ritual de paso, todo irá bien. En este momento particular del siglo XXI, somos todos, universalmente, palestinos, y corregir esta injusticia constituirá una prueba de nuestra humanidad colectiva y nadie tiene el derecho de quedarse con los brazos cruzados.
Israel no tiene derecho a existir. Rompan esta barrera mental y digan: «Israel no tiene derecho a existir». Saboréenlo, hagan un tuit y escríbanlo en su Facebook y hagan todo eso sin pensarlo dos veces. La deslegitimación ya está ahí, no tengan miedo.
Palestina será menos dolorosa de lo que siempre ha sido Israel.

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