Lo que todavía no está tan aceptado es otorgar el papel debido en estas primitivas organizaciones terroristas de los seguidores de Yahvé, conocidos popularmente como judíos.
Informaciones (reveladas por los propios historiadores judíos) tan completa y ésta, en español:
REVISTA MAGUÉN-ESCUDO
HISTORIAS DE PIRATAS, CORSARIOS Y BUCANEROS, Por José Chocrón Cohén
Por José Chocrón Cohén
Fue sólo después de la dinastía de los Asmoneos, cuando el sumo
sacerdote Simón (142- 134 a.e.c.) anexó la ciudad de Jope o Yafo a sus
dominios que los judíos pudieron disponer de un puerto marítimo propio.
Igualmente se tienen noticias de que posteriormente, cuando el hijo de
Simón y sucesor, Juan Hircano (134-104 a.e.c.), tomó Ashdod, y más
tarde, el rey Alejandro Janeo (103- 76 a.e.c.) se anexó Gaza y la Torre
de Strato (más tarde llamada Cesarea), se constituyó un pequeño grupo de
marinos judíos al servicio de la realeza.
En el siglo I antes de la era común hay evidencia de judíos que
combatieron como piratas. En la tumba de Jasón, en Jerusalén, existe un
dibujo grabado sobre piedra de un barco de guerra persiguiendo a dos
buques mercantes. Sobre la proa del buque de guerra aparece Jasón con un
arco y flechas preparado para disparar.
Ya el historiador Flavio Josefo relataba ataques de marineros judíos
tenidos entre los suyos por grandes héroes, quienes partiendo del puerto
de Jope (Yafo) atacaban a barcos romanos en pequeñas embarcaciones.
Flavio Josefo escribe en su Antigüedades judías que en el año 63 a.e.c.,
dos líderes judíos, Hircano y Aristóbulo, llegaron a Damasco, donde
cada uno de ellos defendió ante Pompeyo sus razones para ser nombrado
rey de los judíos con preferencia de uno sobre el otro. Durante este
debate, Hircano acusó a Aristóbulo de organizar actividades realcionadas
con la «piratería en el mar».
En el siglo VI de la era común, cuando el mundo judío ya se desarrolla
principalmente fuera de Palestina, es decir, en la diáspora, tenemos
testimonios de sacerdotes cristianos que hablan de piratas judíos en la
costa del norte del continente africano.
Un documento clerical del siglo VI que informa acerca de la toma de
Cairuán, en Túnez, gran centro de la cultura sefardí en el norte de
África, hace referencia a piratas judíos que no navegaban en Shabat
(sábado), por ser un día sagrado para ellos. Este curioso documento
también relata cómo fue capturado el obispo Sinesio por tales piratas en
represalia a encarcelamientos que aquel ordenaba contra los hebreos.
Durante el siglo XII el propio Maimónides, en una carta escrita a su
hermano, le advierte a éste que hay embarcaciones piratas de propiedad
compartida por judíos y musulmanes.
Como consecuencia de la expulsión de los judíos en España en 1492 y
posteriormente de Portugal en 1496, estos se dispersaron por varios
países. Algunos se establecieron en los reinos moros de Marruecos e
incluso en Siria; otros en el sur de Francia o se dirigieron a Holanda y
las ciudades hanseáticas del norte de Alemania, como Bremen o Hamburgo.
Hubo quienes se establecieron en países como Dinamarca, Suiza o Italia.
Sin embargo, la gran mayoría de los sefardíes fueron recibidos con gran
beneplácito por el sultán Bayaceto II en el Imperio turco otomano, el
mayor imperio conocido antes del español.
Muchos otros judíos permanecieron en España y Portugal bajo una
supuesta apariencia cristiana (estos judeoconversos son conocidos como
criptojudíos o marranos) y posteriormente se trasladaron a algunas
islas del Caribe, como Jamaica, o a colonias españolas y portuguesas en
América, tales como Perú, México y Brasil entre otras.
Las expulsiones de judíos acaecidas a finales del siglo XV en España y
Portugal y la posterior persecución inquisitorial contra los marranos
incitaba ciertamente a la venganza por parte de las víctimas y ello
quizá pueda explicar la adhesión a partir del siglo XVI de algunos
judíos a la piratería o a las actividades de corsarios, no sólo al
servicio de las potencias enemigas europeas, tales como Inglaterra y
Holanda, sino al servicio de los turcos otomanos.
Tal es el caso de Sinan Reis, corsario judío nacido en Esmirna,
Turquía, quien alcanzó el rango de capitán pashá (Almirante de la flota
turca) entre 1550 y 1553. Aliado con el corsario Barbarroja (o
Barbarrosa), Sinan Reis llegó a ser su segundo al mando, y se destacó en
combates navales contra los enemigos del Imperio Otomano. Entre estos
cabe destacar especialmente la Batalla de Preveza, en septiembre de
1538, contra la flota combinada de la Liga Santa, constituida por los
Estados Pontificios, España, el Sacro Imperio Romano Germánico, la
República de Venecia y la Orden de Malta, al mando de Andrea Doria. Esta
victoria aseguró el dominio turco sobre el Mediterráneo hasta la
Batalla de Lepanto en 1571.
A partir del descubrimiento del Nuevo
Mundo, la persecución a los judíos se expandió desde la península
ibérica a las nuevas colonias americanas y las leyes inquisitoriales
fueron aplicadas en éstas con el mismo rigor que en la metrópolis, lo
cual explica que hubieran expulsados judíos transformados en piratas y
corsarios cuyos veloces navíos surcaban las aguas de Caribe causando
preocupación y temor a los marinos de la corona de España y su
Inquisición en respuesta a la violencia e injusticia cometidas contra
ellos y sus familias.
Corsario o «privateer» era el nombre que se concedía a los navegantes
que, en virtud del permiso concedido por un gobierno en una carta de
marca o patente de corso, capturaban y saqueaban el tráfico mercante de
las naciones enemigas de ese gobierno.
El corsario estaba limitado en su acción por la patente, pudiendo sólo
capturar mercantes de determinados países y teniendo que repartir botín y
rescate con el Estado en muchas ocasiones. Esta es la principal
diferencia con el pirata, que atacaba a cualquier buque sin tener que
rendir cuentas a nadie. Francis Drake es un buen ejemplo de esa época.
Fue y sigue siendo una figura controvertida: en una época en la que
Inglaterra y España estaban enfrentadas militarmente, fue considerado
pirata por las autoridades españolas, mientras en Inglaterra se le
valoró como corsario y se le honró como héroe.
Piratas sefardíes
En el siglo XVI ya aparece registrado uno de los primeros piratas
sefardíes que, además, actuó en ocasiones como corsario. Se trata de un
judío español llamado Simón Fernández, que se había escapado de la
Inquisición. No sabemos cuándo nació, pero sí que provenía de las islas
portuguesas de las Azores y que por el año 1571 estaba trabajando con el
pirata galés John Callis, ahorcado en Newport en 1576.
Debido a que tanto Fernández como Callis solían atacar principalmente
barcos franceses y españoles, el gobierno británico les permitió a ambos
operar desde los puertos británicos. Incluso cuando fue encarcelado por
el delito de piratería era tal su poderoso círculo de amistades que
pronto pudo contar con personas influyentes para sacarlo de la cárcel.
Desde 1579 hasta 1583, se embarcó con varias personas allegadas al
célebre pirata y corsario inglés sir Walter Raleigh, llegando a
convertirse en el capitán piloto del propio Raleigh. En estos viajes,
Fernández viajó a las Indias Occidentales, la costa noreste de América
del Norte y las Molucas, islas del océano Pacífico ricas en especias.
Curiel, el pirata
En su divulgado artículo Los piratas judíos de Jamaica, Moshé Vainroj
destaca la figura del pirata del siglo XVI Yaakob Koriel (o Curiel),
nacido de una familia judía que se convirtió al cristianismo bajo la
presión de la Inquisición cuando aún era un niño. En su juventud sirvió
como capitán de la flota naval española hasta que fue capturado por la
Inquisición. Fue liberado más tarde por sus propios marineros, la
mayoría de los cuales eran marranos. Animado por sus deseos de
retaliación, Yaacob Curiel se dedicó a la piratería llegando a poseer
tres barcos piratas bajo su mando. Poco se sabe acerca de lo que le
sucedió más tarde. Algunos creen que con el tiempo hizo su camino a la
Tierra Santa, estudió Cábala en la ciudad de Safed como alumno de rabí
Isaac Luria y murió arrepentido en serena anciandad, siendo enterrado
junto a su venerable maestro.
Un pirata con linaje
Atención merece igualmente para Vainroj otro fascinante personaje del
siglo XVI encarnado en la figura de David Abrabanel, proveniente de una
un ilustre linaje de sabios (a la que perteneció don Isaac Abrabanel),
quien logra zafarse de de la persecución inquisitorial y llega a las
Antillas convertido en un temido corsario a favor de los ingleses.
Abrabanel asoló las costas sudamericanas bajo el pseudónimo de «Capitán
Davis», comandando una flamante nave llamada The Jerusalem. Parece ser
que se abstenía de atacar naves en en Shabat.
Los alimentos en su embarcación eran rigurosamente casher y la bitácora
de viaje de sus naves estaba escrita en caracteres hebreos. El Capitán
Davis, uno de cuyos compañeros fue el pirata Subatol Deul, trabó
relación, según afirma Vainroj, con el hijo del corsario sir Francis
Drake y con él estableció una alianza antiespañola que, en la historia
de la piratería caribeña, es conocida como la «Fraternidad de la Bandera
Negra» (Black Flag Fraternity).
Piratas magrebíes
Otro corsario especialmente digno de destacar es don Samuel Pallache,
judío sefardí, descendiente de rabinos, nacido en Fez en la segunda
mitad del siglo XVI y originario de una reputada familia de la España
musulmana. En 1591 fue destinado a España como embajador por el sultán
de Marruecos Mulay Zaydan Abu Maali y entre los años 1605 y 1608 vivió
en Madrid como embajador de Marruecos ostentando su condición de judío
en una época en la que la Inquisición española buscaba por todos los
medios juzgar a toda persona sospechosa de ser judía.
Rico comerciante, Samuel Pallache obtuvo del sultán de Marruecos el
monopolio del comercio con Holanda y en 1608 fue designado por éste como
agente representante del Sultán en La Haya, Holanda. El 23 de junio de
1608 fue recibido por el estatúder (stadholder) Mauricio de Nassau,
futuro príncipe de Orange, y los Estados Generales de los Países Bajos
para negociar una alianza de mutua asistencia contra la corona de
España.
Cuando el rey de España Felipe III se negó a devolver al sultán Mulay
Zaydan unos valiosos manuscritos a cambio de la liberación de unos
prisioneros, el sultán marroquí firmó un acuerdo con Holanda contra
España y el 24 de diciembre de 1610 las dos naciones firmaron un tratado
reconociendo el libre comercio entre los Países Bajos y Marruecos, que
permitió al sultán la compra de barcos, armas y municiones de los
holandeses. Sin embargo, Holanda no podía enfrentarse directamente a
España debido a la «Tregua de los doce años» pactada un año antes, en
abril de 1609. La solución consistió finalmente en un apoyo de Holanda a
Marruecos mediante la entrega al embajador marroquí Samuel Pallache de
una nave de guerra con una dotación de marineros holandeses y un
documento firmado conjuntamente por Holanda y Marruecos encomendándole
que «se apoderase de todas las naves españolas y de piratas que
encontraran en el camino a los Países Bajos».
Algunas investigaciones parecieron evidenciar que Pallache actuó como
un doble agente que pasaba informaciones clasificadas a España en torno a
las relaciones Holanda- Marruecos y al mismo tiempo era informante de
Marruecos y Holanda en torno a las actividades españolas, y se dice que
el simple rumor acerca de dicha ambigüedad fue la causa de que el sultán
le retirara sus favores.
Sin embargo, Samuel Pallache continuó sus actividades como comerciante y
su amistad personal con el príncipe Mauricio de Nassau le valió una
patente de corso que le permitió dedicarse durante varios años a las
actividades de corsario bajo la bandera holandesa, reclutando marranos
para su tripulación y vendiendo el botín obtenido a lo largo y ancho de
las costas marroquíes.
En 1614 capturó un barco portugués e, impedido de llevar su botín a las
costas de Marruecos a causa de un fuerte temporal, se vio obligado a
fondear en un puerto inglés donde, a instancias del embajador español,
fue arrestado y encarcelado. El príncipe Mauricio de Nassau acudió en su
ayuda y eventualmente logró traerlo de vuelta a Holanda. Sin embargo,
Pallache había perdido toda su fortuna y poco después cayó enfermo. El 4
de febrero de 1616 falleció en La Haya y fue enterrado en el cementerio
judío sefardita Beth Hayim de Ouderkerk aan de Amstel, cerca de
Ámsterdam.
Judeoportugués Otro entre los más notables del siglo XVII es el
portugués Moisés Cohén Henriques, corsario al servicio de Holanda y
acreditado por la captura en La Habana de una flota platera en 1628. Su
hermano Abraham Cohén, traficante de armas, utilizaba su poder económico
para ayudar a conseguir lugares de protección para otros judíos en
desgracia.
Moisés Cohén Henriques se alió en 1628 con el holandés Piet Heine,
almirante de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, quien
había servido como esclavo durante cuatro años en las galeras de un
galeón español. Ambos, Cohén Hnriques y Hein solían atacar barcos
españoles fuera de la Bahía de Matanzas que, procedentes de Cuba, se
dirigían a Cádiz cargados de oro y plata, apropiándose de sus tesoros.
Más tarde, durante el dominio holandés, Cohén Henriques encabezó a un
contingente de judíos hacia las costas de Brasil donde él mismo se
estableció en una isla de su propiedad.
Cuando Brasil fue tomado por los portugueses en 1654, Moisés Cohén
Henriques huyó de América del Sur y terminó convirtiéndose, nada menos,
que en asesor de Henry Morgan, el pirata más conocido de todos los
tiempos. Durante los siglos XVI y XVII toda nave de la armada española
que se pusiera a tiro de cañón era atacada por los piratas y corsarios
judíos, en un acto de venganza contra aquellos que les expulsaron en
humillación discriminada, asolando las costas de México y sembrando el
terror entre los navegantes españoles. La mayor parte de aquellos se
mostraban orgullosos de su origen e identidad y existen documentaciones
fidedignas de que daban a sus naves nombres tales como: «Samuel, el
Profeta», «La Reina Ester» y «El escudo de Abraham».
Es sumamente difícil conocer con exactitud la cantidad de piratas
judíos que surcaron las aguas del Caribe; pero, es cierto que, tal como
lo afirma Moshé Vainroj, los viejos cementerios de sus islas están
prácticamente sembrados de sepulcros con escrituras hebreas y símbolos
de piratería, tal como sucede, por ejemplo, en la tumba de Yaacob Mashaj
y de su esposa Deborah en el cementerio judío de Bridgetown, Barbados.
En su tumba y en la de su esposa aparece, entre otros símbolos, la
típica calavera con las tibias cruzadas.
Especial atención merecen la vieja zona de juderías de Curazao y, sobre
todo, la isla de Jamaica, donde todavía en antiguos cementerios judíos
es posible ver tumbas abandonadas, casi totalmente derruidas, pero que
aún conservan grabados sobre las lápidas los nombres de los difuntos en
caracteres hebreos, acompañados a veces por la estrellas de David, junto
a los símbolos piratas de las tibias y la calavera.
Cabe señalar, a propósito de lo dicho, que desde el siglo XVI hasta
XVIII había muchos marranos o criptojudíos diseminados por el Nuevo
Mundo.
Numerosas comunidades judías se unían por rutas de piratería, pues ser
israelita en un país gobernado por España o Portugal era ilegal. Por
esta razón, cuando Jamaica pasó a manos de la corona británica, en 1670,
muchos judíos se radicaron allí. Ya el almirante inglés William Penn
(padre del predicador William Penn) al invadir la isla, en 1655, informó
que en su tarea invasora tuvo la ayuda de los marranos locales. Para el
año 1720, casi el 20% de los residentes de Kingston eran judíos.
Edward Kritzler, periodista afincado en Jamaica, en su libro «Piratas
judíos del Caribe » nos deja la idea fundamental de que, pese a que las
versiones sobre el mundo pirata en el Caribe están muy ficcionadas,
ciertamente fueron «un pequeño grupo de mercaderes y aventureros judíos,
los pioneros del comercio pirata en Jamaica», los mismos quienes al
mismo tiempo «ayudaron a crear un brote de libertad religiosa ». Estos
fueron quienes hicieron de Jamaica un lugar seguro y de refugio para los
comerciantes frente a la persecución de la Inquisición española, y a la
vez un «centro de comercio pirata» o «centro de bucanería », es decir,
el corazón del contrabando que atrajo a los traficantes de productos de
la piratería, comúnmente denominados bucaneros.
Los bucaneros franceses A manera de conclusión se hace imperativo
mencionar a dos hermanos de origen sefardí quienes actuaron al servicio
de la corona de Francia y encabezan la lista de piratas y corsarios más
famosos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Se trata de
Pierre y Jean Lafitte.
El menor y más conocido de ambos fue Jean Lafitte y su figura fue
inmortalizada por Cecil B. DeMille en el film The Buccaneer. Incluso una
figura contemporánea a Lafitte, como el célebre poeta Lord Byron, le
homenajea en sus versos. La escritora Isabel Allende, en su libro El
Zorro, incluye a Lafitte como un personaje clave de la trama, al igual
que en su libro publicado en el 2009 La isla bajo el mar. Si bien es muy
nombrado como figura histórica y folclórica, tanto los orígenes como la
muerte de Jean Lafitte son poco conocidos y constituyen pábulo de
especulaciones. Parte de la información que se tiene de éste proviene
del presunto diario autobiográfico que se le atribuye.
La versión más extendida es la que le tiene como nacido en Bayona,
Francia, de padre francés y madre sefardí cuya familia llegó a Francia
huyendo de la Inquisición. Criado en un hogar judío casher, Lafitte
contrajo matrimonio con Christina Levine, proveniente de una familia
judía danesa.
Los Lafitte establecieron su ideal Reino de Barataria en las ciénagas
cercanas a Nueva Orleans después de la compra de Luisiana por parte de
los Estados Unidos a Francia, en 1803. En este lugar adquirido por los
Lafitte, Jean organizó con su hermano Pierre el comercio del contrabando
y la bucanería con los productos obtenidos de sus actividades como
corsario en las costas del golfo de México.
Allí, en la bahía de Barataria, a una corta distancia de la costa del
Golfo, en el interior de la Gran Isla, construyeron los hermanos su base
de operaciones desde donde los barcos mercantes hacían sus entradas y
salidas del río Misisipí y desde esta base, en los pantanos de Luisiana,
atacaban a los barcos ingleses que surcaban el golfo de México.
Por otra parte, a Jean Lafitte se le acredita junto con su «tripulación
de mil hombres» una decisiva intervención marítima en la batalla de
Nueva Orleans, la cual decidió la guerra de 1812 y en la que luchó al
lado de Andrew Jackson, quien habría de convertirse más tarde en el
séptimo presidente de los Estados Unidos. Jean Lafitte salvó con sus
barcos y hombres a la ciudad de Luisiana que iba a caer en manos
británicas.
Aparentemente los Lafitte habían establecido en Barataria un sistema
económico que beneficiaba el desarrollo de aquella zona produciendo
cierta prosperidad en la población lugareña por lo que era apreciado por
los acaudalados terratenientes y también por los más pobres, quienes
podían obtener fuentes de sustento, tanto del comercio como de la
participación en la «incursiones» corsarias de Lafitte y su flotilla.
Sin embargo, en 1814, estas propiedades fueron confiscadas por el
gobernador William C. Claiborne, quien envió tropas contra las que
Laffite se negó a combatir para no enfrentar fuerzas estadounidenses.
Al año siguiente, el 8 de enero de 1815, durante el intento de invasión
británica a Nueva Orleans, Laffite puso a disposición de Andrew Jackson
todos sus hombres, armas y municiones, defendiendo el sitio desde el
llamado French Quarter y con su flota desde la costa. La victoria de los
americanos fue total y Laffite recibió parte del mérito. Sin embargo,
la intención de Laffite de recibir absolución de sus actividades
ilegales y que le fuesen devueltas sus propiedades en Barataria no
dieron fruto, a pesar de llegar a presentar su solicitud, entregada por
su hermano Pierre, al presidente de los Estados Unidos, James Madison.
A finales de 1816 fue reclutado para apoyar el movimiento republicano
de México, por lo que se trasladó a Tejas. En 1817 tomó posesión de la
isla de Galveston, en manos del pirata francés Luis Miguel Aury, y
desarrolló de nuevo actividades corsarias desde esta base.
Nuevamente perseguido por el gobierno de Estados Unidos en 1820 a causa
del ataque por parte de uno de sus capitanes del barco mercante
«Alabama», Laffite hubo de trasladarse a Nueva Orleans para clamar por
su inocencia alegando un malentendido y solicitando la libertad de los
tripulantes del barco captor del mercante, los cuales habían sido
arrestados.
De regreso a Galveston abandonó Tejas sin oponer resistencia, quemando
su propiedad y supuestamente llevando a bordo de su buque insignia The
Pride una inmensa cantidad de riquezas. Hay quienes aseguran que en esta
época Jean Lafitte actuaba como espía a favor de España.
Después de abandonar Galveston, aparentemente se fue, luego de su
salida de Tejas, a la península de Yucatán donde continuó su actividad
como corsario. Se encuentra enterrado en Dzilam de Bravo, México. En la
década de 1950 apareció el manuscrito de un diario personal,
supuestamente atribuible a Jean Lafitte. Narra cómo, en la década de
1820, Lafitte se retira a vivir tranquilamente en San Luis, Misuri,
hasta su muerte en la década de 1840, supuestamente pidiendo que no se
publicaran sus memorias hasta 107 años después de su muerte.
Jean Lafitte describe en su diario su infancia en la casa de su abuela
judía, Sara Madrimal, quien, según él mismo expresa «era una fuente
inagotable de atrapantes relatos de familias judías que se escapaban a
las mazmorras de la Inquisición».
El manuscrito original del diario fue adquirido en los años 1970 por el
gobernador de Tejas, Daniel Price y se encuentra en el Sam Houston
Regional Library and Research Center en Liberty.
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